domingo, 4 de marzo de 2018

En ausencia de ti


Llovía moderadamente durante el trayecto a la playa, pero no busqué refugio. 
Era una forma inconsciente (o no), de rebelarme al recuerdo de aquellas carreras que, empapados, echábamos a lo largo de la avenida bajo los aguaceros de Noviembre, rompiendo charcos hasta cobijarnos en algún sombrío portal que nos permitiera reír en intimidad y comernos a besos, temblorosos por la humedad, temblorosos por la pasión, temblorosos por el instante.

Ya no había avenida, ni charcos, ni cornisa. La arena compacta se dejaba aplastar y cedía bajo mis pies un día más, paso a paso, en silenciosa conmiseración hacia mi persona, solidarizándose con mi tristeza. Las gaviotas me miraban molestas. No les gustaba mi intromisión persistente, aunque jamás pretendí interrumpir con mis visitas su pesquera labor.

Me senté, como cada mañana desde hacía dos años, y dejé que las olas punteras subieran por mis piernas, acariciándome, como dándome consuelo. No me encogí, no sentía frío. Por helada que estuviera el agua, mi alma más lo estaba en ausencia de tu calor. Mi frío no era el frío del mar. Mi frío era un frío estremecedor, un frío de quirófano, metálico, con olor a muerte. Y mi frío no variaba con el paso de los años y las estaciones. Cuanto más tiempo vivía sin tu regreso, se tornaba más lacerante y atroz, matándome de resignación y acatamiento ante la realidad de mi vacío.

Quería acabar; quería morir; apenas me quedaba aliento. Mas la idea de que algún día el sol pudiera alzarse trazando la silueta de tu barco, me espoleaba, me forzaba y conminaba a continuar respirando. Y Dios sabía, segura estoy, que no abandonaría mi empeño hasta que no volviera a correr junto a ti por la avenida, bajo la lluvia de Noviembre, para reír y devorarte de nuevo en aquél sombrío portal.


No hay comentarios:

Publicar un comentario