domingo, 27 de abril de 2014

Vídeos resumen Alicante

Veraneo en Alicante. Y cuando allí estoy, bajo a la playa cada día, temprano, al amanecer. Durante los últimos años, saqué una foto diaria de aquellos paseos, y después montaba con ellas un vídeo resumen. Extraídos del Blog antiguo, os dejo los videos de aquellas albas de verano. Eso sí, no esperéis una calidad sublime; casi todas las fotos están sacadas con el móvil


Un recuerdo a Miguel Ángel

Abrí el Blog antiguo en verano de 2011, cuando perdí a mi gran amigo Miguel. Él fue quien logró, a base de mucho insistir, que lo hiciera. Es por ello que quiero recordarlo en este rinconcito, y traer el vídeo que, a modo de despedida,  en aquél Julio de 2011 compuse para él.

29/07/2011 12:47


Anselmo



(Octubre, 2011)
ANSELMO

Roger siempre se ponía nervioso cuando empezaba a oler a mar.
Aprisionado, aunque cómodo en su jaula, entre maletas, lloriqueaba, y en ocasiones, ladraba de puro contento. Cada verano realizábamos el mismo trayecto: De Madrid a la playa de Madrid. Allí nos esperaba, también cada año, el mismo apartamento, con los mismos muebles viejos, las mismas cortinas ajadas y sin mudar desde que me alcanza la memoria, el mismo cajón de los cubiertos inordenable, la misma baldosa rota, y algunos azulejos desprendidos más en el baño. Pero se podía pasar el verano sin necesitar más lujos. A papá y a mamá les gustaba el precio y la zona, y a Roger y a mí nos gustaba la playa, ¿para qué más?.

La playa, en realidad, (me dijo mi padre) era una bahía; unas antiguas salinas que habían sido drenadas y se habían acabado convirtiendo en terreno edificable con un paseo marítimo de casi dos kilómetros. Desde las azoteas de los apartamentos, hacia el interior, aún se veían los restos de los cuadriculados trazados, abandonados a su suerte, y semicubiertos de rastrojos y algún charco que mostraba todavía lo que algún día fueron.
El rebaño turístico frecuentaba el paseo marítimo en busca de brisa, helados, cervezas y paellas. Cada noche se llenaba de paseantes de todos los colores y tamaños: Parejas, parejitas y pandillas, familias completas, niños en bici o patinete desafiando al peligro, y viandantes solitarios que acababan sentados en algún banco para abrir una novela y terminar de desconectar del mundo poblado, o en la orilla del mar, sobre la arena, para contemplar la luna (cuando la había) y perderse en sus pensamientos.
Pero a Roger y a mí no nos gustaba el paseo.

Cada mañana temprano (Roger tiene un despertador en la vejiga) caminábamos (o corríamos) hasta el final de la zona urbanizada, donde encontrábamos un muelle de amarre que nunca vi utilizar como tal, unas rocas siempre plagadas de mejillones (a veces me tocaba llevar un cubo para llenarlo, encargo de mi mamá), una casita en ruina que venía genial cuando nos pillaba por allí alguna tormenta, y a Anselmo.
Anselmo no faltaba un solo día si el tiempo lo permitía. Le llevaba su esposa en coche hasta allí, y después, en brazos, a lo largo del muelle, para finalmente sentarle en el extremo sobre una silla de esparto y madera, de patas cortas.
Anselmo no tenía piernas, pero eso no era óbice para que, nada más amanecer, se dispusiera a poner en práctica su afición favorita: la pesca.
Anselmo es el mejor “hombre del tiempo” que he conocido. Todos los días me adelantaba el parte meteorológico del día siguiente, extraído del mar, el cielo y el viento, y no fallaba nunca. Yo le procesaba admiración por ello.

- Ya puedo atinar, Currillo; de ello depende que un día no se me lleve una ola
estando aquí sentado.-Me decía.

Había roto el hielo con él una mañana que Roger se había levantado juguetón, y decidió, sin permiso, llevarse de la cesta de Anselmo una colosal dorada, absurda idea la suya, si tenemos en cuenta que no le gusta el pescado, mas de agradecer, porque el pescador y yo, desde ese día, hicimos buenas migas.
El que ya podía llamarse “ mi amigo Anselmo” una semana después, era mayor que mi papá, pero más joven que mi abuelo. Eso me generaba cierto jaleo mental que a veces me hacía hablarle de usted, y otras tutearle. Él no hacía nunca caso a mis cambios de tratamiento; nunca se lo tomó mal. Me llamaba Curro, aunque todo el mundo me llamara Paco, y Don Esteban, el tutor de mi curso, me llamara Francisco. Esto de vivir con tres nombres es un rollo, mis padres debieron haberlo pensado dos veces antes de escogerlo para mí.

Anselmo me contó que, como no quiso estudiar, aunque habría podido hacerlo, acabó trabajando en un buque frigorífico, hasta que un accidente con la cortadora de hielo le dejó sin piernas y sin trabajo. Por suerte llevaban un médico a bordo y mucho hielo, y aguantó vivo las horas necesarias hasta llegar a un puerto donde pudieron finalmente, al menos, salvarle la vida.
-En Agosto, doradas; en Septiembre, palometa, -me decía cuando conseguía pescar alguna pieza.
Llevaba un cuaderno con algunos “encargos” apuntados, encargos que no siempre podía cumplir, porque ello dependía de la suerte que tuviera esa jornada con la caña, con las mareas, y con la colaboración de los peces, que no siempre era desinteresada.
A veces me mandaba a la zona arenosa de la playa en busca de cebo. Roger y yo corríamos a por los gusanitos que se podían encontrar nada más escarbar en la arena, concretamente por la zona más húmeda, allá donde las olas morían. Roger ladraba a los gusanitos (o lombricillas, nunca supe lo que eran) cuando los veía bailotear en mi mano. En mi bolsillo llevaba una caja vacía de cerillas que mi amigo me daba para guardarlos y llevárselos, y así lo hacía, triunfante, como si nadie sino yo pudiera realizar semejante proeza. Anselmo, además, se ocupaba a conciencia de alimentar mi ego:

-Cuánto vales, Curro, qué haría yo sin ti.
Mi papá era reacio a que yo tuviera un amigo tan diferente a mí. Casi a media mañana yo volvía a casa para desayunar con mi familia y bajarme con ellos a la playa, a sortear sombrillas y aspirar aromas de bronceador de coco, qué remedio. Durante el tiempo que tardaba en enfriarse el Cola-Cao, les contaba las anécdotas de vida de mi amigo, sin miedo de delatar admiración por él, tan seguro estaba de que a ellos también les fascinarían. Pero no, no les fascinaba precisamente. Quizá fuera de entender, porque algunas de las batallitas de mi amigo no eran precisamente para ser escuchadas por niños, aunque yo, llegando a casa, las soltaba con total desvergüenza, riéndome solo, como él había hecho previamente conmigo. Les instaba insistentemente, además, a que vinieran alguna mañana conmigo a conocerle.

-Probablemente sea un borracho más de los que pululan por ahí. No me gusta que trates tanto con él, Paco. – Afirmaba mi padre, seguro, como siempre, de sus conjeturas.

Me enfadaba oírle hablar así de mi amigo, e intentaba, alzando la voz, que abandonara aquellos pensamientos tan ridículos. Pero papá sabía callarme con una mirada y, aunque yo ya tenía trece años, aún me imponía respeto. Bueno, con quince me lo sigue imponiendo todavía, para qué mentir…

En este mismo verano que ahora termina, me dispuse el serio propósito de conseguir que mis padres (al menos papá) y Anselmo se conocieran. Por un lado contaba con la supuesta ventaja de que ellos ya se iban haciendo a la idea de que yo quería seguir alimentando esa amistad, que ya iba para tres años con éste. Por otro, con mi propia evolución durante estos tres años, que, si bien no me proporcionaba la madurez que ellos tenían, sí la capacidad, como adolescente de pro, de ir aprendiendo a ignorar todo reproche que me echaran encima, y seguía hablándoles con toda naturalidad de Anselmo cada día, en aras de que, a la fuerza, acabaran acostumbrándose y aceptando mi decisión. Además, y para ganarme puntos, comencé a ayudar a papá en tareas de bricolaje, le llevaba el periódico cada mañana cuando volvía del muelle, e incluso acepté hacerme amigo de dos gemelos insoportables, hijos de un matrimonio, también insoportable, con el que papá y mamá habían trabado amistad. Mas no fue suficiente. Un día, mientras intentábamos montar unos marcos que ya nos habíamos encontrado rotos cuando llegamos, y mamá preparaba las bolsas con toallas y bronceadores para bajarnos en breve a la playa, papá me habló:

-Hemos pensado no volver a alquilar el apartamento, Paco. Me han llegado a los oídos “cosas” referentes a tu amigo que no me han gustado, y me temo que es la mejor manera de cortar esta relación absurda que tenéis.

-Pero ¿qué cosas, papá? ¡qué cosas!

-Las que seguro que tú ya sabes, hijo. Tonteos con las drogas cuando aún tenía… (me señaló las piernas, sin nombrarlas), temporadas de cárcel, alcohol… todo eso que no quiero que tengas cerca.
Salí corriendo, dando un portazo, y Roger, fiel como siempre, detrás de mí. Casi le pillé la cola con la puerta. Cuando llegué al muelle, Anselmo ya recogía su caña y sus aparejos de pesca, disponiéndose a esperar a su esposa, que no tardaría en llegar.

-¿Qué te ha pasado?

Se lo conté todo. Lloré como el crío que pensaba que ya no era.

-Es lógico.- Fue su única respuesta, sin mirarme siquiera.

Volví a casa cabizbajo, lleno de rabia y de ira; no recuerdo haber hablado más en todo aquél día. Roger me reclamaba juegos de continuo, mas yo no estaba por la labor. No quise bajar a la playa con mis padres. No encontraba el momento de sentirme mejor. A la mañana siguiente tenía pensado no ir al muelle, no quería ver a Anselmo, pero mi perro me llevó arrastras. Ya que había acabado allí, quise preguntarle a mi amigo el porqué de su respuesta.

- De todo lo que te he contado, Curro, no tomes ejemplo. Si yo hubiera sido como el hijo que tu padre quiere para sí, no habría tenido que embarcarme para ganarme la vida. Toma, dale ésto de mi parte.

Me extendió una bolsa y un sobre con una carta cerrada. En la bolsa había una dorada enorme, aún coleando. Pensé que el gesto de acercamiento hacia quien le acusaba de impresentable, era merecedor de que olvidara mis rencores, y acudí raudo a casa con el pescado embolsado y la carta.

Mi padre se sorprendió, y abrió el sobre. No me enseñó lo que había dentro. Cogió su gorra y su chaqueta (refrescaba por las mañanas, ya a finales de Agosto), y salió de casa. Mi mamá me sonrió después de leer la hoja cuadriculada; eso me dio esperanzas. No me atreví a pedírsela, mas no hizo falta; ella misma me la dió.

“Estimado señor. Usted, desde su experiencia, le ha enseñado a su hijo cómo debe ser y lo que debe hacer para convertirse en hombre de bien, y me alegra, porque le tengo gran aprecio al chico. Me consta que es usted un buen padre. Yo, desde mi papel de amigo, sólo puedo enseñarle cómo no debe ser, y qué no debe hacer, para conseguir lo mismo. Un saludo y mi admiración. Quería haberles llevado una palometa, pero hasta Septiembre, no hay.”

Papá volvió con otra cara, casi a la hora de comer. Ese día no hubo playa, pero no nos importó.
Esperé impaciente sus palabras.

-¿Te parece, Paco, que vayamos esta tarde a comprar una caña? Anselmo quiere enseñarme a pescar.


Desde ahora, cada verano será distinto, como distintos están siendo los días desde que papá viene conmigo y con Roger al muelle cada mañana temprano. Ya hemos conseguido empezar a traer a casa de vez en cuando nuestra propia pesca, y mamá, tan contenta. Papá también ha empezado a sacar de su chistera historias de juventud que no quiere que aprenda. Eso me gusta, porque me permite regañarle. Sé que a partir de ahora vendremos aquí de otra manera. Y Roger seguirá ladrando y gimiendo, feliz en su jaula, dentro del coche, cuando comience a oler el mar.

(Irisada, rescatado del antiguo Blog))

Sopa catalana (Sopa de la Mari)


He rescatado esta receta del blog antiguo.

Esta sopa me deleitó en casa de Mari, una amiga de Barcelona. No lleva pasta, ni arroz, ni falta que le hace. Ella la llama "sopa catalana", y le hace honor al nombre, porque tiene un regustillo a almendras que quita el sentido.


Ingredientes:

Un cuarto de gallina
Un cuarto de pollo
150 gr. de almendras crudas fileteadas
100 gr. de jamón serrano, cortado en taquitos
1 cebolla picada
1 diente de ajo
Unas hojas de perejil
Dos huevos duros
Aceite de oliva y sal

Elaboración:
  1. En primer lugar, elaboraremos un caldo con las carnes y un poco de sal. Una vez hecho, lo colaremos y lo dispondremos en una cazuela.
  2. En una sartén, con un poco de aceite, hemos de sofreír la cebolla, a fuego lento, hasta que quede muy dorada. Si se hace a fuego rápido, amargará, ¡ojo!
  3. Mientras tanto, pondremos a cocer el jamón y las almendras (apartando dos cucharadas soperas de éstas) en el caldo, durante 40 minutos, a fuego suave.   
  4. Pondremos las dos cucharadas de almendras reservadas en un mortero, y haremos un majado fino, junto al diente de ajo y el perejil. Mezclaremos, una vez esté hecho una pasta, con un poco del caldo que hierve, y lo añadiremos a él. 
  5. Cuando la cebolla esté muy dorada, la escurriremos y la añadiremos al caldo. Le va a dar un color y un sabor estupendo, pero sólo si está muy dorada. 
  6. Picaremos los huevos cocidos y desmigaremos la mitad de los trozos de gallina y de pollo, para añadirlos al final.
¡¡Lista!!


Albóndigas... ¡¡muy tiernas!!


Ingredientes:
1 kilo de carne picada
2 dientes de ajo
1 huevo
2 cucharadas soperas de perejil fresco picado
1 rebanada de pan mojado en leche
Medio sobre de levadura en polvo
1 manzana pelada y descorazonada
1 cebolla pelada y picada
1 vaso de caldo de carne o de ave
3 tomates grandes o 1 frasco pequeño de tomate triturado
Sal
Harina
Aceite de oliva suave


Elaboración:


  1. Aliñamos la carne con la manzana, el ajo y el perejil todos picados, el huevo, el pan escurrido, sal al punto y la levadura. Dejamos reposar media hora.
  2. Mientras tanto hacemos la salsa rehogando la cebolla y posteriormente el tomate pelado y troceado. Cuando esté hecho, lo trituramos con la batidora, añadimos el caldo, rectificamos de sal y removemos. Reservamos esta salsa.
  3. Formamos las albóndigas, las enharinamos y las freimos en una sartén honda con aceite de oliva. Vamos moviendo la sartén despacio en círculos, para que las albóndigas "rueden" y se hagan igualmente por todas partes. Las escurrimos sobre papel de cocina, y finalmente las regamos con la salsa. Salen muy jugosas, por lo que recomiendo que se sirvan con poca salsa, no la necesitan.
Yyyyyyy... ¿a unas patatas fritas de acompañamiento quién se niega???  

Os cuento que ayer las volví a hacer, con una pequeña diferencia.
En vez de freir las albóndigas, las hice en el horno, sin harina, y quedé bastante satisfecha con el resultado.




Calenté el horno arriba y abajo a 180 grados. Me mojé y froté la palma de las manos con unas gotas de aceite y fui dando "brillo" a las bolitas por fuera. Cuando el horno alcanzó la temperatura, metí la bandeja. Necesitaron 20 minutos. Cada horno es un mundo, de modo que os aconsejo que vayáis comprobando para que no se queden duras ni secas. ¿Cómo? Muy sencillo. Cuando lleven asándose un cuarto de hora más o menos, pinchamos una de ellas con la punta de un cuchillo o con una brocheta que tengamos. Apretamos un poquitín; si el jugo que sale es rosado, aún les falta un poco; si es de color grisáceo, ya están hechas.

Es una idea para los que tengan que controlarse un poquito con los fritos


Perdonad la calidad de la foto, mi móvil nuevo es una patata.

viernes, 25 de abril de 2014

Me encantan los hombres que no saben bailar

No me acostumbro a la caballerosidad. Mejor dicho, se me olvida, y casi clavé mi rabadilla en el suelo cuando Gerard Wilson apartó la silla para que me acomodara, del mismo modo que estuve a punto de abrazar a un camarero medio minuto antes, al intentar abrir la puerta del local sin saber que mi gentil acompañante se me había adelantado.
Gerard tenía aspecto de héroe de cómic; no sabría decir si su cuerpo era demasiado grande, o su cabeza demasiado pequeña, pero me recordaba lejanamente a uno de ellos, vaya usted a saber, que yo de héroes no entiendo. Igual era que los estadounidenses eran todos gigantes, no solamente en los filmes.
No me pregunten qué diantres hacía yo cenando con él, cuando acababa de conocerlo. La ceremonia de presentación del último libro de mi amiga Berta había sido soporífera, aunque fue estrechar la mano de Wilson, y ya supe que el día terminaría de otro modo.
La cena resultó deliciosa, pero sus inmensos ojos azules me impedían concentrarme y deleitarme en los bocados como debiera. Ahora mismo no recordaría si el segundo plato constó de carne o pescado; me es lo mismo.
Como si lo hubiera planeado, me propuso ir a bailar. A bailar… a un tablao flamenco. El gigante de americana de espiga con faldilla no dejaba de sorprenderme. Mezclaba su yankee inglés con un español chicano que le quedaba verdaderamente gracioso. Y para gracia y soltura, la que demostró en el tablao, haciéndome marcar por sevillanas, bulerías y otras delicias cañíes, que jamás antes hubiera logrado nadie. Perdí la compostura como nunca, y junto a Wilson, el sentido del ridículo y del recato. Gerard no tenía el más básico concepto de danza; y aquello fue lo que, finalmente, me sedujo hasta terminar, Dios me perdone, durmiendo con él en un lujoso hotel… o lo que nos pidiera el cuerpo que no tengo intención de relatar aquí.
Mi celular quiso estropearme la madrugada despertándome de modo estridente. Mi primer pensamiento tiraba de mí hacia la loca víspera: “Me encantan los hombres que no saben bailar”. Mas el hombre que no sabía bailar se hallaba ausente. Ni una nota, ni una prenda, ni su olor. Sí encontré a Berta aporreando mi móvil.
-¿Dónde estás?
-En un hotel, ¿cómo es que llamas a estas horas?
-¡Ya sé que estás en un hotel! ¡Wilson y yo llevamos esperándote más de una hora! ¡Son las siete de la tarde!
-¿Wilson? ¿Las siete?
-Claro, Gerard Wilson, mi editor. ¿No estabas loca por conocerlo? ¡Estamos en la presentación!
-¿En el pabellón?
-¿Dónde vamos a estar? ¿Qué te pasa? ¡Cualquiera diría que te fuiste anoche de juerga!
Sin saber aún si estaba dormida o despierta, me vestí a toda velocidad, llamé a un taxi y, maquillándome a tientas por el camino, me presenté donde habría jurado que ya estuve  antes.
-¡Qué cara me traes! Mira, te presento a Gerard Wilson. ¿A que es mucho más alto que en las fotos? Él también se moría por conocerte a ti, ¿verdad, Gerard?
-Verdad, señorrrrittta, un plassser. Me han hablado muyyyy bbbien de ustet.
-Yo también tenía ganas, me encantan los hombres que no saben bailar.
-¿Perrrrdón?


Eres Otoño

Crepitaban las hojas de los chopos
al compás de la lluvia agradecida
que, crecida
inundaba con reflejos tus ojos
como estrellas en la anochecida.

Se mecía tu voz entre la brisa
armonizándose en otoñal coro
y el decoro
transformaba la humildad de tu sonrisa
en exquisito y colosal tesoro.

Afluía en infinitas sensaciones
tu piel, que erizándose al frío
con tal brío
deleitaba mis sentidos con canciones
porque tú eres música, amor mío.

Sin querer, al otoño enfadarías
pigmentando su belleza de reproche
a medianoche
pues por ti, no oscurecían los días
y sin ti, no deslumbraba la noche.


Huesos de Resurrección y galletas de licor


Huesos de resurrección ((También llamados de San Expedito)

Están de vicio, y son un desayuno estupendo para Semana Santa, (o fuera de ella, qué diantres).



Ingredientes:
250 gr. de harina (o harina de fuerza, o mejor la mitad de ambas)
1/2 sobre de levadura
1 huevo y una yema
2 cucharadas de azúcar
4 cucharadas de leche hervida con granos de anís (si lo van a comer niños) o de anís puro (si es para adultos)
2 cucharadas de aceite de oliva
1/2 cucharadita de mantequilla o margarina
azúcar (para adornar)
Aceite de girasol (para freír)

Amasamos todo a mano menos el azúcar de adorno y el aceite de girasol, y dejamos reposar en un plato tapado durante media hora. (Si amasáis con Thermomix, primero se aplica una velocidad 4 con giro a la izquierda durante 30 segundos, y después velocidad espiga durante dos minutos). La masa debe quedar húmeda al tacto, pero no quedarse pegada a las manos. Si así ocurriera, le podemos añadir un poco más de harina. Pero debe quedar algo húmeda y elástica, porque si no, perdería esponjosidad el plato.
Calentamos aceite de girasol, no demasiado, en una sartén honda.
Elaboramos con las manos unos cilindros del tamaño de un dedo meñique, y les damos un corte superficial a lo largo.
Freímos las porciones de masa, a fuego moderado (si está muy fuerte, se quemarían y se quedarían crudos por dentro), y les vamos dando la vuelta para que se hagan por todos los lados y se hinchen. La "grieta" se abrirá.
Escurrimos sobre papel de cocina, y los pasamos por el azúcar. Dejamos enfriar y listo.

Galletas de licor
Estas galletas tienen bastante aceptación entre mis familiares. Entre los femeninos, también, qué duda cabe, pero ellos me las suelen pedir más.
Se pueden elaborar con brandy, coñac, whisky o ron (el ron, negro).



Ingredientes:

250 gr. De harina
100 gr. De azúcar
Una pizca de clavo y otra de canela
100 ml. De aceite de oliva
Media cucharadita de mantequilla
1 clara de huevo
70 gr. De whisky, ron o brandy
15 gramos avena (copos)
Dos cucharadas soperas de uvas pasas sin hueso

Elaboración:
  1. Encender el horno, calor arriba y abajo, 180 grados
  2. Mezclar la harina con el azúcar, el aceite, las especias y el licor. (Si se hace con Thermomix, un minuto a velocidad 4, giro a la izquierda).
  3. Batir la clara a punto de nieve.
  4. Añadir a la mezcla la clara batida, la mantequilla, la avena y las pasas. Amasar y reservar media hora en un plato tapado. (Si se hace con Thermomix, este paso se realiza a velocidad espiga, dos minutos).
  5. Estirar con el rodillo y cortar las galletas con una taza o vaso. No hace falta que queden de forma perfecta, ya que han de presentar un aspecto “rústico”.
  6. Colocarlas, en filas, sobre papel vegetal en una bandeja de hornear, e introducirlas al horno cuando éste ya haya alcanzado la temperatura.
  7. Yo calculo más o menos un cuarto de hora de horneado, pero se puede calcular “a ojo”. Cuando veáis que empiezan a tostarse, listas. Además no pasa nada por abrir la puerta alguna vez para mirar mejor, ya que no llevan levadura y no tienen que “subir” como los bizcochos o las magdalenas.